MÚSICA DE VIOLINES, ACORDEONES Y GUITARRAS
Después  de vender plátanos, hortalizas y verduras, traídas en unas estridentes  carretas jaladas por bueyes, decenas de campesinos hacían un alegre  círculo de cantos y saludos frente La Radio Colinas que estaba junto a  mi casa en la calle del centro Jinotegano. Los lamentos quejumbrosos,  junto a la música de violines, acordeones y guitarras, llenaban la  cuadra. Por ese motivo, amigos y artistas se reunían en mi barbería  donde también estaba la sede de nuestra Asociación de Amigos del Arte,  para disfrutar las bulliciosas declaraciones de amor a las amantes  campesinas y a los montes y quebradas.
LOS NIETOS DE LOS INMIGRANTES
Culpable  de nuestro entusiasmo por lo vernáculo, fue sin duda La Perra Renca de  Oscar Gutiérrez que don Salvador Cardenal había difundido hacía muchos  años internacionalmente como mazurca anónima. Cedrik Dalla Torre era  para entonces, un inquieto muchacho que no se decidía todavía por  acompañarme a atrapar imágenes o perseguir solitario la huella con  raíces Back Country, de Elvis Presley. Nuestra amistad fue la  continuidad de la de nuestros abuelos inmigrantes, el suyo italiano y el  mío alemán. De todo el grupo, fue Cedrik quien mayor interés mostró por  las particularidades de las mazurcas segovianas que los campesinos  interpretaban intercaladas con corridos mexicanos.
 LOS SOÑADORES DE SARAWASCA
Fue  por entonces que conocimos a unos personajes de Macondo. Eran unos  artistas campesinos víctimas de la ceguera nocturna, ese triste mal  producido por falta de vitaminas, y por el abandono histórico a que ha  estado sometida nuestra pobre gente de los llanos del norte  nicaragüense. Esos cieguitos eran Los Soñadores de Sarawasca. Epifanio  López era ya reconocido como el mejor bordoneador, sextoneador o bajista  de la música regional nicaragüense; y Ceferino López, galán y  enamoradizo, con un enorme acordeón, traje formal azul y elegantes  anteojos italianos, hacía las veces del relacionista público de aquel  cuarteto de hermanos ciegos.
Llegaron la primera vez a nuestra  Asociación para ensayar con entusiasmo los acordes instrumentales de lo  que sería la más conocida de sus mazurcas: La Flor de Pino.  Posteriormente, se hizo una agradable costumbre que brindáramos  emocionados cada vez que tenían una melodía de estreno. Supimos entonces  que el violín mico repercutía burlón en nuestros estómagos, porque sus  cuerdas eran hechas con tripas de gato. Supimos también que Juan Blandón  Valle y otros humildes carpinteros que hacían molenderos, puertas de  golpe, tapescos o cualquier rústico accesorio doméstico en el Horno, Los  Chagüites y Tomatoya, eran los mismos artesanos que hacían los  virtuosos violines de talalate y las sonoras guitarras cobadas que los  Soñadores ejecutaban magistralmente. Fueron Los Soñadores de Sarawasca  con ayuda de Carlos Mejía Godoy, quienes proyectaron a festivales vivos  el género mazurca, que repite en periodos cíclicos de cinco por cuatro  el etéreo y límpido sentimiento del hombre enamorado en los llanos del  norte nicaragüense.
Después de Los Soñadores, fue Don Felipe  Urrutia, un Quijote de sombrero empalmado de los valles de La Tunosa,  Estelí, quien en los ochenta logró que la mazurca fuera llevada junto a  la danza blanca del norte, hasta los teatros de varias partes del mundo.  Encontró apoyo para eso en el excelente coreógrafo Alejandro Cuadra.
Aquel  hombre alto y seco cual viejo árbol de canelo, abandonó su oficio de  arriero por los olvidados caminos carreteros, para asumir el cargo  itinerante de embajador-jilguero de todos los músicos y poetas de las  regiones comprendidas desde las impresionantes mesetas de Sébaco, los  deslaves de La Trinidad, El Sauce, las montañas del Tisey, hasta los  calientes llanos de La Tunosa, Estelí, donde reside el diplomático don  Felipe Urrutia y Sus Cachorros.
EL VIOLIN DE TALALATE
El  violín es un instrumento con el que es posible expresar romanticismo  lírico o agitada violencia... Pero, mientras la guitarra, el acordeón y  la mandolina tienden a fundirse en las melodías, el violín no se  subordina a ningún instrumento, más bien exige ser acompañado. Los  estudiosos suponen que este instrumento, considerado de nobleza por su  elevado costo, es incorporado en la mazurca segoviana no con  pretensiones aristocráticas, sino para llenar la necesidad de mantener  el júbilo en el chojín. Para muchos, su fabricación no es más que un  simple asunto de acústica y carpintería, pero para otros: "Un violín es  fruto de la inspiración. Es un alma encarnada en madera", afirman.  Hacerlo es complicadísimo. Para elaborar su vientre, se requiere madera  de abeto o arce.
En Jinotega, a falta de ellas, era elaborado con  el dulce y resonante talalate. Sin embargo, con gran pena comprobamos  que por falta de políticas de protección cultural, su fabricación fue  interrumpida hace muchos años. Luis Urrutia, hijo de don Felipe, ejecuta  con uno de fabricación japonesa. Pero, aunque es caro, no logra  imprimir a las mazurcas el timbre indómito de jolgorio que regalaba al  espíritu, nuestro inolvidable violín de talalate.
LA MAZURCA: PLEBEYA E IRRESISTIBLE
En  verdad, lo único común entre una mazurca europea y la nuestra es su  célula rítmica que imprime pequeños saltos al baile, algo que no era  bien visto por las costumbres elegantes de la corte europea que, como  recordaremos, bailaban en dos filas, saludaban, daban un pasito mecánico  y nada más. La alegre y sensual saltadera de la mazurca era una  costumbre casi tribal adoptada por la plebe. Sólo el polaco Federico  Chopin se permitió en los palacios la libertad de abandonar la  interpretación de un elegante vals, en su magnífico piano, para tocar  mazurcas o polonesas. Hay indicadores de que los pioneros que vinieron a  colonizar y adueñarse de grandes extensiones de tierra en nuestro país  para sembrar cafetos eran en su mayoría aventureros que venían a buscar  ventaja en abierto plan de dominación a nuestra América de promisión. No  hay pistas o indicios de músicos o grandes artistas, ni siquiera en  plan de visitantes por nuestras provincias. En todo caso, por incultos  que hayan sido los colonos, trajeron lo que de popular era conocido por  ellos, que fueron polkas y mazurcas. La mazurca representa, pues, la  sensibilidad de la colonia alemana de finales del siglo XVIII, adaptada a  la cosmovisión y particulares sentimientos de nuestras hermosas abuelas  de Jinotega, Matagalpa y Estelí, quienes se vieron imposibilitadas a  desperdiciar tan novedosos atributos, estableciendo con ellos relaciones  de índole sentimental. Además de lo amoroso, quedaron retratados desde  esa época, en música y baile, los nombres e imágenes de flora y fauna  para expresar el conmovedor y respetuoso acercamiento del campesino a la  naturaleza: La Chancha Flaca, El Jocote, Machetito, El Zopilote Tuerto,  La Pulga, La del Sombrero, etc.
LOS JOVENES Y LA TRADICION 
En  la actualidad, Cedrik ha conseguido que las cátedras universitarias se  abran para importantes investigaciones de polkas, mazurcas y jamaquellos  en los valle de Tomatoya y Sarawasca. Cedrik, además de narrador e  investigador cultural, es el fecundo compositor de más de un centenar de  magníficas mazurcas instrumentales y cantadas. Ceferino López Herrera  nos definió una vez la técnica rítmica en que está elaborado el  jamaquello como "Lo que se está haciendo y nunca se termina"... Algo  similar a la interpretación oriental del movimiento universal o al  éxtasis idílico, creador de vida, entre el Sol y la Tierra. Ojalá que la  acuciosidad y memoria histórica de nuestros jóvenes siga moviéndose con  la gracia natural que se bailan mazurcas, polkas y jamaquellos, géneros  cíclicos rescatados en el tiempo por el hierático don Felipe Urrutia,  el visionario Ceferino López, y mi viejo amigo, el investigador cultural  Cedrik Dalla Torre.
                                                                    Oscar Cantarero Altamirano